El reinado de Isabel II, cuyo ascenso al trono se fes-
tejó en Granada en los primeros días de febrero de
1834, acusa desde sus inicios una fragilidad traduci-
da en vaivenes políticos, impulsados en gran medida
por golpes militares o pronunciamientos. De hecho,
el apoyo de la regente en las fuerzas liberales, que
encontraron entonces su gran oportunidad, obede-
cía a la urgente conveniencia de vencer al carlismo,
que apenas tuvo predicamento en el sur, a pesar de
sufrir algunas batidas, pero a la vez, de retener al
sector progresista, que en Granada amagó alzarse
en julio de 1836. Las posibilidades de consenso eran
difíciles entre las dos ramas liberales, moderados y
progresistas, de manera que el acuerdo que inspi-
ró la Constitución de 1837, fue efímero. D
a
.Cristina
hubo de ceder la regencia a Espartero en 1840. Y las
siguientes constituciones fueron claramente parti-
distas: la moderada de 1845 y la progresista, que no
entró en vigor, de 1856, mientras en España se asen-
taba el «régimen de los generales», con sus míticos
«espadones», entre los que se cuenta el lojeño líder
moderado Ramón Narváez. Precisamente en la dé-
IL. 1. David Roberts. El palacio de Carlos V con la Puerta del Vino (1833).
Acuarela. APAG. Colección de Dibujos. D-0038.
cada moderada –«gobierno de los capaces»–, siendo
presidente del consejo de ministros Francisco Javier
Istúriz, en 1846 Granada festejó la boda de la reina
con su primo don Francisco de Asís. En el terreno
constitucional la de 1869, de signo progresista y más
avanzada que la de 1837, fue el deseado fruto de la
Revolución Gloriosa y sus firmes ansias de cambio;
a título de ejemplo, apenas un mes después de su
triunfo España cambió de moneda. Nacía la peseta.
Y se dio a conocer cuando el país se abrió por enton-
ces a los mercados internacionales antes del férreo
telón del proteccionismo (Il. 1).
Granada decimonónica: exotismo e
inmovilismo
Puede decirse que la década moderada transcurrió
apacible para una Granada que veía con curiosidad
cómo intelectuales y artistas extranjeros acudían
a ella cada vez con más frecuencia, valorando un
patrimonio que, por cercano, se mantenía en el le-
targo de la dejadez y en el embrujo del exotismo.